martes, 6 de abril de 2010

Otro artículo censurado el día Sábado 3 de Abril

El Telégrafo

Por: Pablo Ospina Peralta

Es una pena. El despido de Rubén Montoya es una señal más del penoso alejamiento que la revolución ciudadana está teniendo respecto a los principios e intenciones que tantas expectativas despertaron hace tres años. Un medio público suena muy bien y es muy necesario. Pero nada le hace más “el juego a la derecha” que convertirlo en un medio gubernamental. En estas páginas editoriales y en la búsqueda cotidiana del difícil balance en las noticias de los conflictos de la política diaria, este periódico mostró uno de los más consistentes e inteligentes esfuerzos por marcar la diferencia. Pero no fue comprendido ni fue realmente aceptado el principio de su independencia editorial y administrativa.

Mantener esos principios en el funcionamiento editorial de todos los días fue una batalla permanente que ahora se está decantando. Todas las instancias de dirección editorial del periódico opinaron que acoger internamente un periódico gubernamental era inapropiado e incompatible con su carácter de diario público. Por eso todas esas instancias fueron descabezadas, primero el directorio y luego el director. A lo largo de la semana los cambios internos han continuado en la misma penosa dirección.

Los editorialistas del periódico nos pronunciamos públicamente sobre esta deriva de un proyecto con el que llegamos a identificarnos: “Haber designado como director de El Telégrafo a uno de los ejecutores del medio pretendidamente popular que se proyecta instalar en la redacción de este diario es, a nuestro juicio, un signo evidente de que el único periódico con vocación y proyección pública de América Latina tiene los días contados. Queremos reafirmar nuestra profunda convicción en torno a la importancia de construir lo público en el periodismo. Ello supone hacer visibles la pluralidad y el disenso en la producción informativa, algo impensable en el actual sistema de medios privados. El Ecuador carga con el peso histórico (y colonial) de la erosión del concepto de lo público en sus diversas formas, por tanto, de una casi total negación, desde la institucionalidad formal, a la construcción de pensamiento crítico”.

Ojalá estemos equivocados. Las próximas semanas darán su veredicto definitivo. Mientras tanto, una lectura política se impone. En medio de las renovadas polémicas por la ley de comunicación y la condena judicial de Emilio Palacio, baluartes y símbolos del control de las derechas sobre los medios privados, esta ofensiva interna contra la izquierda debilita los argumentos a favor de lo público en la comunicación. ¿Es posible encontrar una forma más rotunda de “hacerle el juego” a las derechas? El contexto en el que estas cosas ocurren debería llamar la atención de la fuerzas progresistas que todavía quedan en el gobierno: el alejamiento del Partido Socialista, de la FENOCIN y la carta decepcionada de Fernando Vega, son señales políticas que no deberían ser ignoradas.

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