domingo, 29 de agosto de 2010

La foto del sobreviviente

Gustavo Abad

Un joven ecuatoriano es el único sobreviviente de la masacre perpetrada, hace una semana, en el estado de Tamaulipas (México) por una banda de narcotraficantes (los Zetas) contra 72 personas que intentaban cruzar la frontera hacia Estados Unidos. Los medios publicaron la noticia, unos con más, otros con menos detalles. En lo que sí coincidieron casi todos fue en ese afán enfermizo de publicar los nombres y las fotos del sobreviviente y de sus familiares, como si de la identificación de los rasgos de las víctimas dependiera la credibilidad del periodismo.

Me niego a aceptar que, a estas alturas, los editores de los principales medios del país, como El Comercio, por ejemplo, que se dicen defensores del buen oficio, respetuosos del lector, que trabajan al servicio de la gente, y un montón de palabrería devaluada por el mal uso, no hayan resuelto todavía en sus procedimientos un asunto de ética elemental, como es la obligación del medio de abstenerse de publicar una información cuando exista la mínima posibilidad de exponer a las personas.

Las fotos publicadas en ese diario –no importa si alguna salió completa y otra “pixelada” – ayudó a aumentar el estado de indefensión, no solo del compatriota herido, sino de todo su entorno familiar. Sobra decir que se trata de un entorno marcado por la pobreza en un pueblo de la provincia del Cañar, lo cual facilita los abusos de toda clase. Todo indica que hay medios y periodistas que no hacen conciencia de su capacidad de causar daño.

Si no fuera lamentable, sería cómico el argumento de uno de los jefes periodísticos de El Comercio, quien sugiere en un artículo que la responsabilidad de proteger a los testigos no es de los medios sino de las autoridades. Asombroso descubrimiento. Después dice que el diario no ha expuesto a las víctimas puesto que los mafiosos que se dedican al tráfico de personas los conocen muy bien por haber tenido tratos anteriormente con ellos. Entonces publiquen la lista de todos los habitantes del pueblo.

Si ese razonamiento viniera de un estudiante de primer año de periodismo, se podría entender, por su nivel de formación, pero no se puede admitir lo mismo de personas que llevan más de veinte años en este oficio y que además ejercen como responsables de la línea informativa de uno de los más grandes diarios del país. Si ellos, los que aspiran a ser referentes de los más jóvenes, no la tienen clara, qué se puede esperar del resto.

“¿Qué gana la sociedad al no conocer el rostro del testigo?”, se pregunta ese mismo jefe periodístico para justificar lo injustificable. La pregunta debería ser al revés: ¿Qué gana la sociedad al conocerlo? Es más: ¿Qué gana la víctima con que todos lo miremos en ese estado íntimo e inviolable como es el sufrimiento? Si los jefes periodísticos de ese diario admitieran que se equivocaron y pidieran disculpas, ese solo gesto los haría merecedores de un poco de respeto. Pero no demuestran la intención de hacerlo, por lo tanto, no hay razón para respetarlos.

El problema es que ciertos medios todavía se guían por esa falsa premisa según la cual la contemplación del horror sirve de lección a la humanidad para no volverlo a cometer. Gran pretexto, inventado para regodearse con la exposición del dolor ajeno. Valga la ocasión para recordarles lo que decía Susan Sontag sobre este tema: “Los únicos que tienen derecho a mirar el dolor ajeno son los que tienen alguna posibilidad de remediarlo”.

En efecto, el médico que alivia las heridas, la autoridad que podría acercar un poco de justicia, el familiar que ofrece compañía y fuerza espiritual, son los únicos con derecho a mirar el sufrimiento del otro. El resto, es decir la mayoría de nosotros, somos simples fisgones. Y todavía hay medios y periodistas que no se dan cuenta. O fingen no darse cuenta, que es peor.

viernes, 20 de agosto de 2010

(FINAL) IDEAS COMUNES EN TORNO A LA DROGADICCIÓN: LA CODEPENDENCIA SOCIAL

Lucrecia Maldonado


¿Y qué será ahora de nosotros sin bárbaros?

Quizá ellos fueran una solución después de todo.

[Konstantinos Kavafis]

La drogadicción no es delito, por más que bajo sus efectos se cometa toda clase de delitos. El consumo de drogas no es pecado aunque el último Papa lo haya decidido así. La adicción es una enfermedad del alma. Y como ha ocurrido con todas las pandemias que en el mundo han sido, es una metáfora del ambiente en donde se produce. Y como toda enfermedad de la mente y el espíritu, habla más de quienes se creen ‘sanos’ que de los que se muestran enfermos.

Con frecuencia, cuando en una familia se presenta un problema psiquiátrico, si con el tratamiento adecuado esa persona comienza a superarlo, otro miembro de la familia manifiesta síntomas, si no de lo mismo, de algo similar. ¿Por qué? Porque el enfermo original no era más que el síntoma de una patología familiar.

Quienes conocen el tema dicen que la adicción nace de una falta de arquetipo paterno. Surge entonces la idea de que en esta sociedad de súper mamás, hedonismo más allá de cualquier lógica, consumismo irracional y desarticulación familiar, de hecho, sin el arquetipo paterno, que es el que a través del orden y la cultura pretende moderar la predominancia del instinto y el desenfreno, no es extraño que esta enfermedad, en otras épocas casi inexistente, ahora sea uno de los males más comunes y ‘emperrados’.

La adicción también habla de dolor y de falta de fortaleza espiritual para saber resistirlo. De una necesidad imperiosa de calmar un profundo dolor interno. ¿Qué le duele al adicto? Le duele la vida. El sinsentido. Los vacíos afectivos que se acarrean desde la infancia e incluso los de generaciones anteriores. Con demasiada frecuencia, una persona adicta quiere morir para ya no sentir. En un mundo que pretende llenar la vida con objetos, sean estos un celular blackberry o un balero del Chavo, el vacío del alma no tarda en hacerse sentir de cualquier manera, y cuando no se pueden conseguir los objetos o cuando descubrimos que los objetos no bastan y el vacío se vuelve intolerable, entonces las sustancias que alteran los estados de conciencia pueden resultar un buen sucedáneo para ayudarnos a seguir con la vida… o a terminar con ella.

Pero si vamos un poco más allá, el ‘pecado’ de la adicción, como muchos pecados de herejía, habla también de búsqueda. Y en muchos casos habla de una búsqueda espiritual, aunque sea con los procedimientos más erróneos y las terribles consecuencias que conocemos. Ese intento de comprobar si las supuestas verdades con que nos desmamantaron realmente lo son. Y el dolor de descubrir que no es así.

Si bien en el corto plazo la prevención y cierto tipo de control podrían parecer soluciones válidas para esta enfermedad, me atrevería a afirmar que la verdadera solución se dará a un plazo muy largo. Como a los bárbaros de Kavafis, el mundo actual necesita de los adictos para tener, por un lado, una excusa para armar aparatos represivos y círculos de poder; y por otro lado los adictos son necesarios para constituirse en el espejo de nuestro propio mundo vacío de significados y de calidez.

La verdadera vacuna contra esta epidemia consiste en la recuperación del alma: del alma del mundo y de las almas de las personas. La pregunta sería ¿cómo hacerlo? Más allá de las soluciones policiales y de la inútil normativa religiosa, el trabajo espiritual que ya se aplica en muchos lugares de rehabilitación y apoyo a adictos puede ser una herramienta válida, por el momento, porque tal como está, cambiar el mundo nos tomará milenios… aunque no se descarta que se lo pueda hacer.

jueves, 19 de agosto de 2010

La historia no contada de la Bienal

Sebastián Endara

El diario El Comercio del día 18 de agosto entre sus noticias de la sección cultural afirma que “la Bienal se aplazó por falta de dinero”. Pero ése no es el principal problema, es más bien un síntoma que refleja por un lado la incompetencia del Ministerio de Cultura, en la tan alardeada planificación de la actividad cultural del país, y por otro, la incoherencia de las autoridades que ahora dirigen a la Bienal, que no supieron defender en su momento, los intereses de la institución cuencana. Tenemos que ser, nuevamente, los ciudadanos comunes y corrientes, que muchas veces desempeñamos puestos subalternos y que conocemos a fondo la problemática, los que revelemos otras percepciones del problema, quizá más reales y menos comprometidas con la extensa red de deudas y favores, que la oscura red del manejo político, impone hasta a los más probos individuos. (Foto: hoy.com.ec)

La Bienal de Pintura de Cuenca se crea en el año 1985 como una apuesta ciudadana para reactivar el mercado local del arte pictórico y en 1987 se da su primera edición. Desde ese inicio hasta ahora, como era lógico, se han dado cambios a nivel artístico, en la concepción político-cultural y reformas en el proceso organizativo. En los años noventa, un grupo de diputados consiguen la aprobación de un presupuesto definitivo para la realización de la Bienal dentro del Presupuesto General del Estado, asignado a través del Ministerio de Educación. Este presupuesto según registro oficial, debía ser asignado permanentemente a la Bienal, sin prejuicio del presupuesto destinado a otras actividades culturales. Con la creación del Ministerio de Cultura, la aprobación de la Constitución del 2008, y el mandato de realizar la Ley de Cultura, las cuestiones administrativas cambian, pues la Bienal entra a ser parte del cuerpo de instituciones regidas por el nuevo Ministerio y su propuesta de planificación, no obstante, ya en momentos previos a la X edición de la Bienal, internamente se percató de una incoherencia entre las disposiciones del Ministerio en su afán dominador, perdón, planificador de la cultura, y las conquistas históricas de aquellos representantes cuencanos ante el principal órgano de la democracia del país, el entonces Congreso Nacional. Paralelamente, la Bienal había entrado en un proceso de reformas institucionales, pues requería ser pensada como una institución de servicio permanente a la comunidad, no solo como un servicio bienal, sino diario, de formación e información del arte contemporáneo que sobrepasó la expresión pictórica. Entra entonces a conformarse como Fundación Municipal Bienal de Cuenca, apoyada por todo un directorio que representaba a algunas instituciones de la ciudad y entre los que se encontraba el actual Alcalde Paúl Granda, cuando fue Concejal.

Cuando Ramiro Noriega, en ese entonces Ministro de Cultura, quita la representación a la Subsecretaria de Cultura del Austro y pone en su reemplazo al artista Marcelo Aguirre, comienzan a darse cambios, para muchos negativos, en la institución Bienal, uno de ellos es que el Ministerio deja de aportar económicamente los recursos de la Bienal (bajo una serie de argumentos que sin dejar de ser inválidos, hasta ahora se manejan) y el Directorio de la Bienal, que está ahí entre otras cosas para defender a la Bienal no dijo ni pío -y no dice ni pío-. A inicios de este año se firmó un acta de compromiso entre el actual Alcalde y el Ministro de Cultura, en donde se dice que la Bienal debe presentar un Plan de Fortalecimiento previa presentación de una evaluación de actividades, para de ahí generar un Convenio de Cooperación con el fin de realizar la Bienal de Cuenca, petición que fuera impulsada por Diego Carrasco, actual Director de la Bienal y ex Director de Cultura del Municipio, quien dejó el puesto con una serie de proyectos inconclusos en la Alcaldía. Ahora, cuando al personal de la Bienal ya se le adeuda dos meses de salario, se incorpora a un cuerpo de investigadores que no ganarán menos de mil dólares mensuales cada uno, cuando se quejaba que la Bienal administraba mal sus recursos porque no hacía gastos de inversión, solo gastos corrientes. También se incorporará alguien más que se encargue de 'conseguir recursos', actividad para nuestro criterio, reservada al propio director. En la actualidad existe en borrador el Convenio de Cooperación donde se reduce el presupuesto de la institución y se solicita al Municipio de Cuenca la estricta coherencia del proyecto de desarrollo cultural 'Bienal Internacional de Pintura de Cuenca' con los intereses del Ministerio, el cual atraviesa una dura época pues, su labor ha sido cuestionada como centralista por varios actores, y la misma Ley de Cultura casi no cuenta con el respaldo ciudadano.

Finalmente, hay que decir que a pesar que la Bienal -como toda bienal-, ha sido una institución altamente criticada, al mismo tiempo y a pesar de las críticas, es la institución más prestigiosa del arte contemporáneo en el país, y una de las más importantes de Latinoamérica, y eso no se obtuvo por arte de magia, sino con trabajo de un cuerpo especializado de técnicos. Ahora nos alientan con la noticia de que el municipio sube en veinte mil dólares su asignación a la Bienal, pero por gestiones anteriores, el municipio -anterior- reconstruyó para la ciudad la bella casa patrimonial, gastando casi un millón de dólares.

Lo único que esperamos es que los ciudadanos salgamos ganando, incluso aquellos que comienzan a tener dudas en el apoyo que dieron a una administración que hasta ahora, y conste que ya ha pasado un tiempo razonable, no muestra ni una sola propuesta clara.

sábado, 14 de agosto de 2010

Socialismo y socialismo del siglo XXI (I)

Pablo Ospina Peralta

A partir de 1989, luego de la caída del muro de Berlín y el desmoronamiento de los regímenes socialistas en Europa del este, el socialismo en su sentido más fuerte, como sistema social diferente y alternativo al capitalismo, prácticamente desapareció del escenario político. Durante toda la década de 1990 se refugió en elaboraciones académicas y en algunos movimientos sociales relativamente marginales. Pero desde fines de la década de los noventa, con las sucesivas crisis económicas del capitalismo, la emergencia y articulación de movimientos alter - mundialistas y la presencia de gobiernos progresistas en América latina, la consigna sobre el socialismo volvió a ponerse a la orden del día.

(Diego Rivera, "Hombre en una encrucijada" 1934)

En Venezuela y Ecuador los gobiernos progresistas recientes hablan del socialismo del siglo XXI. En Ecuador, las declaraciones al respecto han sido bastante parcas y las precisiones muy precarias. Gustavo Larrea aportó, desde el principio, su propia definición sintética: “Una sociedad de productores y propietarios”. Se parece poco a cualquier cosa que se haya conocido en el pasado de las doctrinas del socialismo, pero tiene, en cambio, un sorprendente similitud con las doctrinas del liberalismo del siglo XIX. En verdad, calcado. Lo que ha dicho Rafael Correa tampoco aporta mucho a las precisiones. Cuando ha buscado definirlo concisamente, ha mencionado, varias veces, la conciliación, o más precisamente, el “equilibrio” entre las necesidades del trabajo y del capital. Nuevamente, es algo tradicionalmente muy poco ligado a los anales de la literatura socialista, pero, en cambio, es bastante conocido en la doctrina social de la iglesia (la democracia cristiana) y ciertas variantes de la socialdemocracia del siglo XX.

En Bolivia no se plantea el tema. El vicepresidente Álvaro García Linera, bastante más versado en teoría política e historia intelectual, pero también políticamente más prudente, habla más bien de una vía hacia el “capitalismo andino”, donde los “vagones” del tren de la transformación serán el Estado, las pequeñas y medianas empresas, la propiedad comunitaria y las grandes empresas nacionales. En su opinión, no hay verdaderas condiciones para un auténtico programa socialista.

Más allá de sus limitaciones, no hay duda de que la presencia de estos gobiernos y su retórica tienen el mérito de actualizar una discusión política que parecía clausurada. En ningún foro estatal significativo, con la conocida excepción de unas pocas voces aisladas, se escuchaban críticas sin eufemismos a la lógica y funcionamiento del capitalismo. Hubo críticas al capitalismo “desregulado” o “financiero”, en la búsqueda de algo así como un liberalismo controlado, pero poco más.

Este contexto político es una auténtica oportunidad que no conviene desperdiciar. Para no hacerlo, conviene no repetir frases vacías. Cualquier socialismo en el siglo XXI tiene que pasar revista a las experiencias del siglo XX. Tiene que presentar alternativas a la economía del “plan”, y a los archi - conocidos problemas de la propiedad privada y del mercado. No basta declarar clausurados los debates del pasado. En Ecuador se conocen poco los intensos debates que tuvieron lugar en las últimas tres décadas sobre la naturaleza de una economía y una sociedad socialistas. Nos referimos a un “socialismo” entendido en su sentido más fuerte: como un sistema económico y social diferente al capitalismo. No hablamos, entonces, del socialismo deslavado que se convierte en un impostor: una simple “corrección” de los peores defectos del capitalismo pero que preserva su esencia. En las siguientes notas nos referiremos a dos autores que, con un cuarto de siglo de diferencia, afrontaron la tarea de definir los contornos institucionales y económicos de un socialismo que superara el capitalismo pero que también asumiera las trágicas lecciones del siglo XX: Alec Nove y Erik Olin Wright.

sábado, 7 de agosto de 2010

Ideas comunes en torno a la drogadicción (III)

Lucrecia Maldonado

Una de las primeras acciones del papa Benedicto XVI en su pontificado fue la de ‘elevar’ la drogadicción al estatus de pecado. Como muchas cosas que hacen los pontífices, supongo que pensó que con eso ya era suficiente. Y debe estar durmiendo muy tranquilo respecto del tema, mientras en el mundo la gente se sigue drogando (como sigue fornicando, mintiendo y matando) sin el más mínimo recato. O sea, ahora drogarse ya es pecado. Hurra.

En el mundo legal, drogarse, vender droga, comprar droga siempre ha sido pecado. Y un pecado gravísimo que, como todo pecado, trae grandes réditos no necesariamente a los pecadores a pequeña escala, sino a quienes medran de la debilidad humana ante las sustancias. La penalización de las drogas, de su uso, de su producción y de su expendio es, hoy por hoy, uno de los pilares que sostienen la economía mundial. Y tal vez ese sea uno de los principales motivos por los cuales se la mantiene aunque resulta evidente que tal penalización no ayuda para nada a solucionar el gravísimo problema de la adicción a las drogas en nuestro mundo y en nuestro tiempo.

Ahora último, en nuestro país, ha comenzado a aplicarse una especie de ‘Ley seca moderada’, con la intención de reducir las tasas de delito, concretamente de homicidios, que van al alza. Se sigue pensando que la calentura está en las sábanas. La culpa de los asesinatos no la tienen la sobrevaloración del dinero ni la desvalorización y el irrespeto a la vida humana (a cualquier clase de vida, diríamos), sino el alcohol. Ah, ya. Si hubiéramos sabido eso antes, cuántas vidas se habrían salvado, ¿no? En cualquier borrachito de esquina se puede esconder un peligroso asesino en serie, y así nos olvidamos del acertado proverbio de que, por otro lado, ningún borracho come mierda.

El discurso oficial respecto del tráfico de drogas sigue siendo el de la penalización y el control como medida infalible. A las familias, a los padres y a las madres se nos insta a espiar y revisar las pertenencias de nuestros hijos y a establecer un estricto sistema legal de control. No quiero con esto afirmar que esté mal que en los hogares haya normas claras y consecuencias firmes ante ciertas conductas, pero eso no lo es todo. Cuando se evidencia que un hijo o una hija por desgracia consumen drogas, la primera pregunta/acusación que se hace es: “¿Y cómo lo pudiste permitir?” “¿Por qué habrás perdido autoridad?”

En esta misma línea, se insta a las autoridades de los colegios y a los profesores (lo dije en una entrega anterior) a vigilar y controlar la distribución y el consumo en las aulas, desconociendo por otro lado la personalidad escurridiza y hábil de los adictos y de los ‘brujos’, que con frecuencia son una misma persona. Se nos eleva a todos al rango de detectives privados, tengamos o no las aptitudes para serlo. No podría negar que muchas de las personas que están a favor de mantener la penalización de la distribución y el consumo de drogas tienen buenísimas intenciones y lo hacen de buena fe. Sin embargo, es precisamente en la prohibición en donde se asienta el narcotráfico como una de las más perversas y productivas industrias de nuestro tiempo.

Por otro lado, y cuando el mundo tiene ya una edad que sobrepasa en mucho la madurez, convendría que comprendiéramos que las prohibiciones, no en todos, pero sí en muchos casos, lo único que logran es exacerbar el deseo de probar y de hacer lo ‘prohibido’. Y el consumo de drogas es uno de los ejemplos más patentes de esta realidad.