sábado, 14 de agosto de 2010

Socialismo y socialismo del siglo XXI (I)

Pablo Ospina Peralta

A partir de 1989, luego de la caída del muro de Berlín y el desmoronamiento de los regímenes socialistas en Europa del este, el socialismo en su sentido más fuerte, como sistema social diferente y alternativo al capitalismo, prácticamente desapareció del escenario político. Durante toda la década de 1990 se refugió en elaboraciones académicas y en algunos movimientos sociales relativamente marginales. Pero desde fines de la década de los noventa, con las sucesivas crisis económicas del capitalismo, la emergencia y articulación de movimientos alter - mundialistas y la presencia de gobiernos progresistas en América latina, la consigna sobre el socialismo volvió a ponerse a la orden del día.

(Diego Rivera, "Hombre en una encrucijada" 1934)

En Venezuela y Ecuador los gobiernos progresistas recientes hablan del socialismo del siglo XXI. En Ecuador, las declaraciones al respecto han sido bastante parcas y las precisiones muy precarias. Gustavo Larrea aportó, desde el principio, su propia definición sintética: “Una sociedad de productores y propietarios”. Se parece poco a cualquier cosa que se haya conocido en el pasado de las doctrinas del socialismo, pero tiene, en cambio, un sorprendente similitud con las doctrinas del liberalismo del siglo XIX. En verdad, calcado. Lo que ha dicho Rafael Correa tampoco aporta mucho a las precisiones. Cuando ha buscado definirlo concisamente, ha mencionado, varias veces, la conciliación, o más precisamente, el “equilibrio” entre las necesidades del trabajo y del capital. Nuevamente, es algo tradicionalmente muy poco ligado a los anales de la literatura socialista, pero, en cambio, es bastante conocido en la doctrina social de la iglesia (la democracia cristiana) y ciertas variantes de la socialdemocracia del siglo XX.

En Bolivia no se plantea el tema. El vicepresidente Álvaro García Linera, bastante más versado en teoría política e historia intelectual, pero también políticamente más prudente, habla más bien de una vía hacia el “capitalismo andino”, donde los “vagones” del tren de la transformación serán el Estado, las pequeñas y medianas empresas, la propiedad comunitaria y las grandes empresas nacionales. En su opinión, no hay verdaderas condiciones para un auténtico programa socialista.

Más allá de sus limitaciones, no hay duda de que la presencia de estos gobiernos y su retórica tienen el mérito de actualizar una discusión política que parecía clausurada. En ningún foro estatal significativo, con la conocida excepción de unas pocas voces aisladas, se escuchaban críticas sin eufemismos a la lógica y funcionamiento del capitalismo. Hubo críticas al capitalismo “desregulado” o “financiero”, en la búsqueda de algo así como un liberalismo controlado, pero poco más.

Este contexto político es una auténtica oportunidad que no conviene desperdiciar. Para no hacerlo, conviene no repetir frases vacías. Cualquier socialismo en el siglo XXI tiene que pasar revista a las experiencias del siglo XX. Tiene que presentar alternativas a la economía del “plan”, y a los archi - conocidos problemas de la propiedad privada y del mercado. No basta declarar clausurados los debates del pasado. En Ecuador se conocen poco los intensos debates que tuvieron lugar en las últimas tres décadas sobre la naturaleza de una economía y una sociedad socialistas. Nos referimos a un “socialismo” entendido en su sentido más fuerte: como un sistema económico y social diferente al capitalismo. No hablamos, entonces, del socialismo deslavado que se convierte en un impostor: una simple “corrección” de los peores defectos del capitalismo pero que preserva su esencia. En las siguientes notas nos referiremos a dos autores que, con un cuarto de siglo de diferencia, afrontaron la tarea de definir los contornos institucionales y económicos de un socialismo que superara el capitalismo pero que también asumiera las trágicas lecciones del siglo XX: Alec Nove y Erik Olin Wright.

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