jueves, 1 de abril de 2010

De la censura y los medios públicos

Por Alicia Ortega


La columna editorial está destinada a ser, por las características intrínsecas a su género, un artículo de opinión y de actualidad. Así mismo, aspirar, más allá de los intereses de quien lo firma, a dialogar y seducir a un lector implícito. Con este anónimo lector compartimos una coyuntura, unas circunstancias que, de cierta manera, nos conmina a intervenir en esa historia desde la pasión (inevitablemente), la opinión (que supone una valoración crítica de las cosas), la información (nunca neutral).

Desde esta demanda de contemporaneidad, propio de todo espacio editorial, me resulta imposible pensar en algo que no esté directamente referido a los últimos sucesos relacionados con el devenir de este diario. Como es de conocimiento público, su director Rubén Montoya, a quien nunca he conocido personalmente, fue destituido de su cargo el pasado jueves 25 de marzo. Según se sabe, este despido intempestivo obedece a que Montoya ha sido crítico con respecto al proyecto de crear, al interior del diario El Telégrafo, un diario de “corte popular”. Todo esto ha causado inmensa desazón entre quienes cuestionamos todo acto de censura. Más aún si la censura tiene cabida en un espacio público. Ciertamente, no tenemos mayor, mejor sería decir ninguna, experiencia en el manejo de un medio público. Pero lo que sí sabemos es que, por principio, un medio público es un espacio altamente democrático, destinado a garantizar la presencia de las diferentes voces que se articulan al interior de una sociedad plural y múltiple. El medio público no es sinónimo de medio oficial de ningún gobierno. El medio público es un espacio en el que tiene cabida la disidencia, la crítica, el asombro, la pregunta; todo aquello que no puede ser silenciado.

Es una tarea difícil, ciertamente; pues no se trata tampoco del ejercicio de una crítica gratuita y personal. El derecho a disentir es un principio básico en todo régimen social que se desea justo y democrático. Ya sabemos cuán difícil nos resulta a los humanos escuchar aquello que no queremos escuchar. Siempre es más fácil y más cómodo apuntar los errores de los otros. Quizás, en estos días, pequemos de cierta autoreferencialidad en estas páginas. Imposible no hacerlo. Imposible no mirarnos. Hubiera querido escribir sobre el Premio José María Arguedas que recibió nuestro querido coterráneo y escritor Francisco Proaño en Cuba. Pero no podía hablar de un libro que es todo un tratado de los amores clandestinos, cuando está en juego el espacio de nuestra propia escritura. Vale la pena reconocer y subrayar que, desde luego, es ya un logro decir esto en estas páginas. Pero como trabajadores de la palabra, ansiamos el efecto real y político de las palabras, pues, de lo contrario, ellas engrosan el saco de la mera retórica. Sabemos que la retórica es una estrategia combativa del lenguaje. No son meros rizos decorativos. La retórica utiliza una palabra que busca disuadir, transformar, impugnar; en definitiva, causar un efecto de cambio en el mundo real. Por tanto, aspiramos a que el nuevo directorio de este diario revea sus posiciones y sus políticas.

1 comentario:

  1. Me encantaría conocer los nombres de quienes conforman el Nuevo Directorio de El Telégrafo.

    Sería muy triste que se tenga que considerar a este importante esfuerzo nacional de contar con un medio de prensa escrita público, como un intento fallido.

    Ciudadanas y ciudadanos, a rebelarnos.

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