miércoles, 21 de abril de 2010

Contar muchas historias.

Juan Martín Cueva

La escritora nigeriana Chimamanda Adichie cuenta cómo se dio cuenta de que se nos cuenta una única historia sobre cada época, cada persona, cada país. Cuando llegó a vivir en su casa un niño cuyos padres no podían hacerse cargo de él, se le abrió una parte del horizonte que estaba antes oculta a su mirada. Descubrió que la historia de su familia se cruzaba con las de otras familias, distintas a la suya aunque fuesen igualmente nigerianas e igualmente negras. Supo que esos campesinos no eran solamente pobres sino que además sabían hacer bonitos canastos, o cantar bien, o tenían mil otras habilidades, gustos y maneras de ser que los distinguen e identifican. Descubrió al otro, igual y distinto.

Chimamanda Adichie

(http://www.colettebaronreid.com)

Años después, estudiando en los Estados Unidos, entendió que para su compañera gringa ella era ese niño campesino pobre. No cabía en la mente de una universitaria norteamericana que una nigeriana pudiese venir de una familia acomodada, hablar inglés igual o mejor que ella, escuchar discos de Mariah Carey y comer sushi. Tenía incorporada una sola historia de los africanos. Un solo paisaje: la sabana al atardecer, con leones y cebras. Cartas postales, clichés, estereotipos. Cuando presentó un trabajo a su profesor de literatura, éste le dijo que no era un relato “auténticamente africano”. Su texto ponía en escena familias urbanas que se movilizaban en autos, el profesor quería ver niños pobres y desnutridos caminando por la selva semi-desnudos. No podía contarse otras historias de esos personajes: sex and the city es solo el sexo de las angustiadas newyorkinas solas y medio histéricas. Un africano tiene que contar el Sida, la pobreza, las guerras tribales y los dictadores pintorescos.

Esto nos pasa todos los días: los colombianos son delincuentes, las cubanas son “mujeres fáciles”, los indios son oportunistas y sucios, los costeños con vivísimos, los serranos son mojigatos. Los esmeraldeños son buenos para bailar y los negros del Chota son grandes futbolistas.

¿Cómo se construye esa historia única? ¿Qué papel juegan los intelectuales, la academia, los medios de comunicación, los artistas, en la fabricación de esa imagen que engloba todo y anula las diferencias? ¿Puede un gobierno que quiere transformar el país contribuir a que otras historias se cuenten, la intimidad de Eloy Alfaro o la humanidad de Abdón Calderón, las divagaciones filosóficas de una vendedora del mercado o la angustia existencial de un guardia de seguridad?

Gran parte de la respuesta está en las expresiones artísticas y culturales. En los relatos orales montubios y las pinturas de Tigua, en el hip hop de Ambato y la Bomba del Chota, en el Taita Carvaval y la Factory, en Chao Lola y Segundo Rosero, en Wilson Pico y en las Zuquillo, en Stornaiolo y en Sebastián Cordero…

Por eso la reflexión y la discusión sobre la Ley de Cultura va mucho más allá de la simple creación de un instituto o un museo, la distribución de fondos y el fomento a proyectos: se está definiendo la posibilidad de construir múltiples imágenes y de contar múltiples historias de nuestra realidad compleja y diversa.

El sector audiovisual tiene una importancia particular en este contexto y en el mundo contemporáneo. La industria del “entretenimiento” es la segunda economía de los Estados Unidos. No son solo estrellitas en la acera, escándalos sexuales y limusinas larguísimas. Es un gigantesco aparato de mundialización de una sola forma de ver las cosas, la construcción de una sola historia global. En esta película los mexicanos serán siempre vagos, migrantes e ilegales, los negros serán siempre violentos, cómicos o deportistas, los indios (como en Avatar) necesitan del marine gringo enamorado de una exuberante “nativa” para plegarse a su causa y “darles haciendo” las cosas.

Nosotros podemos escribir nuestras propias historias, pero para eso se necesita que el Estado entienda que desarrollar la industria audiovisual ecuatoriana no es complacer el capricho de unos cuantos sino una necesidad estratégica y eminentemente política de resistencia al imperio y a su historia única del mundo. Eso no se hace de la noche a la mañana y requiere muchos recursos. Genera riqueza, trabajo y aporta a las otras formas de expresión artística porque integra el trabajo de músicos, actores, artistas plásticos, escritores… pero más allá de eso, hace visible la diversidad cultural de nuestros pueblos.

2 comentarios:

  1. A primera vista, el artículo es coherente y luce bien. Sin embargo, incurre en algunos errores de argumentación-desconozco si intencionales o no- a través de los cuales se quiere llegar a la conclusión de que la así llamada "industria audiovisual" tiene una relevancia que le es inherente y que la distancia del resto de artes.

    Este no es un debate nuevo en el país; pero se ha puesto en boga en los últimos días, debido al clamor público que los representantes del audiovisual han elevado a la Asamblea Nacional, para que se retome el proyecto original de la Ley de Cultura enviado por el ejecutivo a través del Ministerio de Cultura, en el que, sin duda, se privilegiaba al audiovisual.

    Los argumentos son endebles. Juan Martín Cueva empieza hablando sobre ciertos estereotipos -a los que se refiere con el eufemismo de "historias únicas"-, y la manera en la que éstos se constuyen a través del arte. No se equivoca al decir que la respuesta al cómo se construyen los imaginarios "está en las expresiones artísticas y culturales", y hace bien al dar varios ejemplos que pasan por las artes escénicas, la música, la literatura oral y la pintura. En el siguiente párrafo hace un acertado análisis acerca del alcance real de la nueva ley de cultura.

    Pero a partir de ello, llega a conclusiones que están bastante traídas de los cabellos.

    Sí, es cierto que la "industria del entretenimiento" es fundamental para la construcción de imaginarios en el mundo contemporáneo. Pero hay que recordar que ésta no se reduce al cine. Como dato anecdótico, vale decir que "las estrellitas en la acera" no solo contienen nombres de actores y directores del cine hollywoodense, sino también de figuras de la música popular que van desde Juan Gabriel a Marc Anthony, pasando por Celia Cruz, Luis Miguel y Julio Iglesias, entre otros; que además, el paseo de la fama de hollywood tiene símiles en diversas áreas de la cultura popular, como el Salón de la Fama del Rock and Roll, o instancias similares de diversos deportes a nivel mundial.

    ¿Cómo será de decirle al señor Cueva que si el estereotipo en Ecuador apunta a que los negros del Chota son buenos futbolistas, no es gracias al cine, y que el papel que para ello ha cumplido la televisión es muy pequeño, frente a otros factores culturales como el fanatismo exacerbado de los últimos 30 años, los fenómenos de barras, los relatos que construyen empresarios, cronistas, medios e hinchas?

    Yo asistí a la reunión que sostuvieron los representantes del audiovisual con los integrantes de la Mesa de Cultura de la Asamblea. Lo que se pedía, además de la no derogatoria de la ley de cultura (reclamo legítimo por ser resultado de una lucha que el sector ha sostenido por años), era que se retome el proyecto de ley original enviado por el ejecutivo, en el que se limitaban los institutos artísticos a dos: el de las Artes (así, en genérico), y el del Audiovisual.

    ¿Porqué?. ¿Solo porque la lucha de otros sectores artísticos logró que se crearan otros nueve institutos con similares derechos, para cada una de las artes de manera específica?. ¿Porqué las otras artes no habrían de tener los mismos derechos que el cine y el audiovisual?

    Habrá que recordar que, así como el cine integra otras artes -como aduce Cueva en el párrafo final- lo mismo puede decirse del resto. La música integra a diseñadores, fotógrafos, escritores y hasta bailarines y cineastas en el caso del videoclip; y que incluso Guayasamín pintó algunas portadas de discos para grupos locales.

    Que para lanzar un libro hay que diseñar una portada y tomar fotografías, y que cosas similares puede decirse de espectáculos como los de danza y similares.

    ¿A qué le temen los cineastas? ¿A perder los privilegios que el antiguo presidente de Cinememoria, hoy Ministro Saliente de Cultura, les había reservado a través de su Ley?

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  2. FE DE ERRATAS: En el comentario anterior, donde dice "la no derogatoria de la ley de cultura", debería decir " la no derogatoria de la ley de CINE". Lo siento, un error involuntario

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