lunes, 3 de mayo de 2010

Primero de mayo

Silvia Buendía

El 25 de junio de 1868 el presidente Andrew Johnson – que fue elegido vicepresidente junto con Abraham Lincoln y lo sucedió a su muerte- promulgó la Ley Ingersoll, que establecía la jornada de trabajo de ocho horas diarias. Sin embargo, al poco tiempo se crearon nuevas leyes que permitían extender esta jornada a 10, 14 y hasta 18 horas diarias. Durante muchos años las organizaciones laborales y sindicales norteamericanas se movilizaron para conseguir en la práctica a lo que en teoría tenían derecho. Su principal herramienta de presión fue la huelga. La burguesía dueña de las industrias también se movilizó. Nacieron grupos civiles armados, violentas milicias anti obreras que se dedicaban básicamente a crear disturbios, propiciar el caos, romper las huelgas.

En este clima de tensión nació en 1881 en Pittsburgh la Federación Americana del Trabajo, que en su segundo congreso exigió que se cumpliera la ley de las ocho horas para todos los trabajadores sin distinción de su edad, sexo o condición. Esta demanda concertada y sostenida de los obreros organizados dio como resultado la huelga nacional del 1 de mayo de 1886.

La Noble Orden de los Caballeros del Trabajo -principal organización de trabajadores en EE.UU.- mandó una circular a todas las organizaciones adheridas, donde manifestaba que ningún trabajador debía sumarse a esta huelga. El comunicado fue rechazado por los trabajadores, quienes repudiaron a los dirigentes de la Noble Orden por traicionar al movimiento obrero. Ese sábado 1 de mayo de 1886 se declararon simultáneamente 5.000 huelgas en todo el país.

Los trabajadores de la ciudad de Chicago vivían las peores condiciones de todo el país y por eso allí la huelga fue multitudinaria. La única industria que trabajaba en esa ciudad era la fábrica de maquinaria agrícola McCormick, al norte de Chicago. El 3 de mayo frente a las puertas de la McCormick se dió lugar una manifestación contra los rompehuelgas que allí laboraban. A la hora de salida empezó una pelea campal entre obreros y rompehuelgas, hasta que llegó la policía y abrió fuego a quemarropa contra los obreros, matando a seis e hiriendo a cientos. El 4 de mayo 15.000 obreros se reunieron en la plaza Haymarket para deplorar los hechos del día anterior. Se sucedieron discursos, algunos inflamables y otros mesurados, hasta que la lluvia helada disminuyó la cantidad de gente convocada. Fue entonces cuando llegó la policía para tratar de dispersar a quienes todavía quedaban. Nunca se supo quién lanzó la pequeña bomba que impactó a la policía. Se desató el fuego contra los manifestantes y el resultado fue 38 obreros muertos y otros 115 heridos. Luego vino el juicio de cuatro dirigentes obreros a los que nunca se les pudo probar nada, pero se ahorcó igual.

En 1889, el Congreso de París de la Segunda Internacional acordó celebrar el Día del Trabajo el 1 de mayo de cada año en homenaje a los mártires de Chicago que sellaron su suerte con el inicio de la huelga.

En casi todo el mundo se celebra este día y se lo considera, además, el nacimiento del movimiento obrero moderno. Sin embargo, en los EE. UU. el día del trabajo es el primer lunes de septiembre. ¿Cómo así? Esta fecha fue escogida en 1887 por el presidente Grover Cleveland para celebrar a los trabajadores que contribuyen a crear la riqueza de ese país. Cleveland decidió que era demasiado peligroso recordar ciertos hechos que podrían reforzar al movimiento socialista nacional, que era imperativo desterrar de la memoria del pueblo norteamericano la masacre de Chicago. Pero es el 1 de mayo de cada año cuando los obreros marchan por las calles del mundo izando la bandera del recuerdo, de las victorias conseguidas a sangre y fuego. ¿Son ciento catorce años muy pocos para que el país del norte entienda y asuma que existen hechos en la historia de los pueblos que nunca se podrán olvidar?

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