jueves, 20 de mayo de 2010

La transparencia discursiva del régimen

Wladimir Sierra Freire

Todo indica que el presidente Correa extravió la brújula. Quizá nunca la tuvo. Empero, no podemos dejar de reconocer que “su proyecto”, en un inicio, presagiaba buenas nuevas. Y no tanto porque él y “su gente” hayan tenido clara la ruta, sino porque en él -el discurso- se entretejía aspiraciones emancipatorias legítimas, aspiraciones que surgían como acumulado de las turbulentas luchas sociales acaecidas en las tres décadas de democracia. No hay que perder de vista que todo el discurso de la racionalización del Estado y la política, así como el de los excesos causados por las prácticas laborales de corte neoliberal y, por supuesto, las exigencias por fundar un Estado plurinacional, no pertenecen a Alianza PAIS y menos aún a Correa, sino a la concreción discursiva de la dinámica social, concreción de la cual el presidente fue un hábil ventrílocuo.

Sin embargo, cuando esa discursividad bastante radical -piénsese a guisa de ejemplo en los derechos de la naturaleza- tiene que tomar cuerpo en las prácticas políticas y legislativas, el discurso empieza a opacarse y enturbiarse. Su opacidad está determinada por los intereses y las convicciones a los que se pertenecen los actores en la real Politik. Aceptémoslo, de una vez y para siempre, Correa y “su gente” no provienen ni material -tampoco ideológicamente- de las organizaciones sociales, no nacieron de una militancia política comprometida, mal podríamos esperar de ellos otra cosa que esa suerte de infeliz matrimonio entre reformas liberales y populismo prebendatario.

(criticadigital.com)

Todo esto lo podemos percibir en los giros que está experimentando el discurso enunciado desde el poder. Por un lado, y de esto hay que curarse en sano, se nos quiere convencer –no con poca efectividad- de que en las acciones del gobierno se puede palpar las dimensiones del “verdadero socialismo” al que nos están encaminando. No se trata de desconocer los aciertos que en muchos ámbitos ha tenido este gobierno, pero ¿no es acaso esa la función de cualquier gobierno? Qué éste sea el régimen que más ha hecho por los pueblos indígenas -según el tenor de sus voceros y simpatizantes- no anuncia un hecho extraordinario, sino aquello que los políticos en la dirección de un Estado lo deben hacer por deber constitucional; aceptado, por cierto, que la proclama sea cierta. Es tan desconcertante como si los padres se jactasen por la educación y los cuidados que prodigan a sus hijos (¿?) Y que esto sirviese a su vez para condicionar el comportamiento de los niños so pena de castigarlos. Simplemente inaceptable.

Por otro lado, cada vez con mayor frecuencia y en tono más altanero, los funcionarios del ejecutivo y también los del legislativo acentúan posturas displicentes para descalificar cualquier reclamo lanzado por los movimientos sociales. Posturas que no invitan a ningún tipo de acercamiento, sino que, según parece, buscan inducir la resistencia y el odio de “la ciudadanía” contra esos movimientos. Sin embargo, cada vez es más claro que lo único que están logrando es transparentar, en sus discursos, su verdadera postura ideológico-política, postura que, por supuesto, no coincide con la de los movimientos sociales.

La política del régimen está alcanzando finalmente su transparencia discursiva.

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