jueves, 6 de mayo de 2010

La Guerra y la Ética

Hernán Reyes Aguinaga

La foto del periódico muestra grotescamente al triunfador de la batalla y su mínimo trofeo: una enorme “placa de reconocimiento” entregada por sus propios empleados, la que encaja perfectamente con los aires del cinismo marcando la mirada y la sonrisa del conocido personaje que la sostiene en sus manos.

Sin una sola escaramuza, el Fiscal no pudo ser fiscalizado. Más bien ahora –se puede leer en el texto que acompaña la foto- podría ir en firme hacia la carrera presidencial “si así puede servir al país”, según propia y arrogante confesión pública. ¿No debería esto decirnos algo de fondo sobre el país en el que vivimos y sobre los peligros que se ciernen desde la política? De hecho, no se trata ni de abjurar de la política ni de lamentarnos de que tengamos una “democracia débil y des-institucionalizada” o, peor aún, que fue “una torpeza inoportuna”, “que faltó iniciativa” al bando contrario o, menos, que la ausencia de normativa procedimental llevó el proceso legislativo al limbo y ahí lo dejó. Si miramos con más detenimiento quizá podamos escudriñar algo más oscuro todavía. Quizá se trata de un momento crucial que devela las reglas de juego y las prácticas que marcan la disputa del poder político entre el gobierno y lo que queda de la partidocracia. El juicio político al Fiscal se diluyó porque se impuso la potencia tonante del ala pragmática de la política, que siempre se orientará por el principio de máxima eficacia, pues entiende a la política como mero sistema de administración del poder.

(http://blogs.clarin.com)

No importa si la amarga sensación fue que el verdadero motivo para evitar la fiscalización fue el terror de los poderosos a que se visibilice en público su faltas de rectitud moral e ilicitudes, supuestas o reales. A la larga, siempre será posible armar un nuevo “show” y borrar por completo de la memoria colectiva las marcas del frustrante episodio; para algo sirve la inagotable maquinaria de la mass-mediatización de la política. ¿Cómo evitar caer en este vacío prefabricado que anula toda capacidad de sacar alguna lección de este vergonzoso capítulo? Quizá pensando la política desde “fuera” de la política. Tal vez acordándonos que la política también puede ser practicada en aras de un “modelo de buen gobierno”, es decir, aquel que se guía por la noción de justicia, como planteaba Arturo Andrés Roig al referirse a la ética del poder y la moralidad de la protesta. O desde la sabiduría de Lévinas, cuando frente a los riesgos de la violencia justificada como camino privilegiado de la política afirmaba que “liberarse de la violencia y de la guerra no puede ser una tarea política, puesto que el poder es una estructura de dominio universal a la cual no se puede hacer frente más que con una estrategia radicalmente no política”. Así, la ética es indispensable para reconstruir el país e implica la necesidad de luchar por mejorar la naturaleza humana mediante “el desarrollo de la tolerancia, de la convivencia comunitaria en paz, de la cooperación y ayuda recíproca, de la solicitud, el respeto y la responsabilidad hacia el otro”.

Sin fiscalización ni control efectivo y público de la actuación pública no podrá acabarse con la impunidad como base ideológica al servicio de la política. Como concluye Lévinas “la guerra no se sitúa solamente como la más grande entre las pruebas que vive la moral. La convierte en irrisoria. El arte de prever y ganar por todos los medios la guerra -la política- se impone, en virtud de ello, como el ejercicio mismo de la razón”. Me niego.

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