martes, 18 de mayo de 2010

Agua: Pobre madre de vida

Sebastián Endara

Si uno pone atención a la fonética de la palabra ‘agua’, encontrará esa resonancia acuosa en la profundidad de la memoria gutural de nuestros nostálgicos inicios: a-g-u-a/y-a-k-u, elemento fantástico, materia llamativa a la sensibilidad. Uno no deja de sorprenderse ante la increíble atracción que ejerce en nuestros niños, muchos aprenden a decir ‘agua’ antes que a decir mamá, ‘agua’ pronuncian con inocencia, aferrándose a ese don lúdico de la naturaleza, fundamento de la vida. En términos menos románticos, el tratamiento racional del agua es la condición necesaria de cualquier avance civilizatorio, de hecho, la forma del relacionamiento del ser humano con el agua, configura el fondo de su particularidad cultural, y podríamos, desde luego, medir el grado de desarrollo de un pueblo por la forma en cómo éste trata el agua.

elagua09.files.wordpress.com

Si tal parámetro fuese acogido con rigurosidad, ya habríamos decretado hace mucho, la vigencia global de la barbarie. Solo un caso ejemplificador: desde el 22 de abril de este año, al menos 160 mil litros de petróleo crudo emergen ‘todos los días’ en el Golfo de México, el cual sigue sin ser contenido, amenazando no solo la vida marítima sino incluso el equilibrio ambiental de una vasta región del planeta. Los, para muchos, ‘daños inimaginables’ que esta catástrofe puede ocasionar son en gran parte producidos por una suerte de irresponsabilidad transnacional que, sin embargo, actúa eficientemente para la búsqueda de concesiones y lugares para la explotación de materias primas, pero que deja tanto que decir cuando ocurren este tipo de ‘contingencias’ que dañan los ecosistemas.

Y es que la diferencia más notable en la administración, uso y cuidado de los ‘recursos’ naturales y en especial del agua, es precisamente la forma de entenderlos y apreciarlos. En la cosmovisión andina nadie le dirá que el agua es H2O, o que es un medio de producción, o un recurso para explotarlo lucrativamente. Es decidor que en la cultura andina, la chakra comparta la ‘salud del paisaje’, haciendo prácticamente imposible la existencia de un espacio saludable dentro de un entorno enfermo o viceversa, y es interesante que nos planteemos la metáfora del horizonte como contenedor del propio límite, es decir, que solo somos capaces de crecer, avanzar o vivir de acuerdo a nuestro entorno y hasta donde la perspectiva del mismo nos lo permita. Afortunadamente en nuestros pueblos, a pesar de la violencia colonial, todavía subyace imperecedera esa memoria sensible, esas estructuras culturales que nos acercaban tan fraternalmente a la naturaleza. Es hora de decidir cual es verdaderamente nuestro horizonte y nuestro límite, cual es la matriz cultural a la que respondemos y en la que hallamos nuestra identidad y nuestra razón de ser.

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