jueves, 17 de junio de 2010

La profecía autocumplidora

Lucrecia Maldonado

Es un término que se utiliza en algunas teorías psicológicas, eso de repetir tanto que algo va a pasar que, de una forma u otra, termina sucediendo. ¿Y por qué lo traigo a colación? No por amargura, ni por nostalgia, sino porque de repente la idea vino a mí, o las circunstancias de la vida me la trajeron.

Hace algunas semanas el destino o la sincronicidad me llevaron a encontrarme con algunas personas que al saludarme lamentaron de una u otra forma que ya no escribiera (que ya no escribiéramos) mi columna en El Telégrafo. Los comentarios me halagaban, pero también me entristecían. Alguien me dijo: “Se perdió la mejor columna editorial del país”. Y no es una persona de elogio fácil. Otro amigo me dijo: “Yo siempre leía en la edición virtual, pero ahora ya no quiero saber nada. Los que escriben ahí son muy ‘cepillos’”. No lo dije yo, fue la opinión de un ex lector nuestro. Alguna otra persona que acababa de conocer en ese momento, pero que nos había leído desde hacía tiempo me preguntó dónde estábamos escribiendo porque, igual, desde que nos fuimos, ella ya no leía para nada el actual Telégrafo, tal como está.

Entonces no pude evitar recordar las palabras del presidente Correa en las épocas en las que comenzó la crisis del Primer Diario (Ex) Público del Ecuador, algo así como: “El Telégrafo es un periódico en donde escriben valiosísimos intelectuales ecuatorianos, no lo puedo negar, pero que solamente se leen entre ellos”. La insistencia en que El Telégrafo no lo leía nadie y que había que reorganizarlo para que alguien lo leyera. Cuando estas palabras se dijeron, tal vez por cuestiones de boicots de otros medios y puede ser por alguna ineficiencia operativa, El Telégrafo era un diario que quizá no se compraba, pero que no se leyera ya es otra cosa. Recuerdo que tenía que bajar temprano a recoger mi ejemplar en la librería de un centro comercial cercano porque para las once y media de la mañana ya no había (no lo leía nadie, seguramente se lo llevaban con tantas ganas para tener con qué envolver la fruta). Recuerdo que me escribían cartas personas a quienes no conocía, a favor o en contra de mis artículos.

Pienso en esa señora intelectual, en la madre de familia, en el profesor de química con los que me he encontrado, entre otras personas, en los días pasados. Su desilusión porque ya no nos pueden leer a los que solo nos leíamos entre nosotros. Su pregunta, casi ansiosa, de si estamos escribiendo en alguna otra parte. Y me pregunto cuántos más. Porque fue nada más decirlo Correa para que la tortilla se virara y El Telégrafo se convirtiera ipso facto en lo que él acababa de mencionar: un periódico que ya ni siquiera se regala, y que, como lo anunciara tan cáusticamente, ahora sí es un medio en el que escriben pocos intelectuales ecuatorianos, unos más valiosos, otros tal vez no tanto, que quizá solamente se leen entre ellos, si les da tiempo. Nadie lo sabe.

En realidad, no escribo esto tan solo por bronca, aunque también. Es que en este punto cabe preguntarse, aunque sea retóricamente, qué se perseguía con la reestructuración, con los cambios muy poco juiciosos y tan precipitados. ¿En cuántas otras instancias de este gobierno en el que todos confiamos se están incubando nuevas profecías autocumplidoras y con qué objetivos?

Da para pensar, ¿no?

2 comentarios:

  1. De acuerdo, pero estamos a 17 y solo hay 6 escritos. A ponerse las pilas, ¿si?.
    Yo sigo leyendo el telégrafo, aunque el otro día encontré un articulo de alguien de quien no quiero recordar ni el nombre, titulado "mestizos trasnochados". Que pobreza. Si eso fue por libertad de expresión como dice el Rafa: yo no estoy de acuerdo.Afortunadamente parece que cayeron en cuenta y lo quitaron enseguida.

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