lunes, 25 de octubre de 2010

11 de septiembre de 1973 en Chile y sus espectros en el Ecuador

Lizardo Herrera

El 29 junio de 1973, el camarógrafo de argentino-sueco, Leonardo Henrichsen muere en las calles de Santiago de Chile. Henrichsen se encontraba filmando la asonada golpista conocida como el “Tancazo” en contra del presidente Salvador Allende. Para su mala fortuna, mientras su cámara enfocaba a un grupo de militares rebeldes, uno de ellos, el cabo Héctor Hernán Bustamante Gómez, le disparó de frente y a quemaropa. Inmediatamente, vemos como la cámara se desestabiliza y Henrichsen cae al suelo filmando su propia muerte.

¿Por qué hablar ahora de Henrichsen? ¿Qué sentido tiene su muerte en el Ecuador del octubre del 2010? En Chile, el gobierno de la Unidad Popular (1970-1973) construyó su plataforma de gobierno a partir de la idea de una revolución socialista por la vía pacífica y democrática. Este ideal tuvo gran acogida entre los sectores pobres, quienes se movilizaron para elegir y apoyar el gobierno del Presidente Allende.

(antropologiavisual.cl)

El magnífico documental del director chileno, Patricio Guzmán, La batalla de Chile, nos narra en tres partes y desde la perspectiva de lo que denomina la lucha de un pueblo sin armas los eventos que desembocarían en la dictadura del General Augusto Pinochet el 11 de septiembre de 1973 y en la muerte del presidente Allende. Guzmán nos muestra, en la primera parte, cómo la derecha chilena poco a poco fue creando las condiciones para el golpe de Estado; en la segunda, se observa cómo se llevó a cabo este golpe y, en la tercera, constatamos cómo los sectores populares y el sindicalismo, quienes con una organización masiva sin precedentes –“el pueblo sin armas”-, rompían las diferentes formas de bloqueo político-económico y luchaban para defender al gobierno de la Unidad Popular al que consideraban como suyo.

El presidente actual del Ecuador, Rafael Correa, al igual que Allende construyó su plataforma política desde la oferta de una revolución pacífica y en las urnas y también goza de una alta popularidad. Pero a diferencia del gobierno de la Unidad Popular, primero, no está forzado a confrotar el obstruccionismo permanente e irracional de una mayoría parlamentaria, la cual para 1973 promovía abiertamente la intervención de los militares para destituir a Allende. Segundo, Correa tiene un conflicto permanente con los sindicatos y los movimientos sociales e imprime a su gobierno un tinte altamente tecnocrático que lo diferencia del de la Unidad Popular.

Sin embargo, ambos gobiernos coinciden en la creación de un ambiente de extrema polarización en donde como bien lo afirma mi amigo Esteban Ponce cada vez estamos más abocados a tomar partido por una opción para rechazar la otra perdiendo los matices tan necesarios para conservar una postura realmente crítica y progresista. Es decir, de poco nos sumergimos en un juego perverso en donde criticar la una pocisión significa alinearse con la otra. En el caso de Chile, esta polarización radical, a pesar de mi enorme simpatía con el gobierno y la figura de Allende, llevó al país al borde de la guerra civil en donde el campo político se dividía en dos frentes irreconciliables: o se estaba con lo que la derecha reaccionaria descalificaba como “comunistas asquerosos” o se tomaba partido por lo que la izquierda tildaba de “momio criminal”. Poco a poco se fue perdiendo la posibilidad de tender puentes entre los diferentes grupos y se asistía a una lucha de clases sin cuartel en donde el otro era definido como el enemigo. Esta polarización, como era de esperarse, por la desventaja tanto en el Congreso como en las Fuerzas Amadas desembocó en la victoria de la derecha irracional con la consecuente implatación de una dictadura a la que no le cabe otro adjetivo que el de criminal, la cual se encargó de barrer con la admirable organización popular que sostenía a Allende en el gobierno –aunque la organización popular en su gran mayoría no era armada cabe aclarar como bien lo muestra Guzmán que facciones del partido Socialista y el MIR promovían la entrega de armas al pueblo o la resistencia armada y este discurso radical fue uno de los justificativos que buscaba y utilizó el golpismo para imponer el terror.

En las circunstancias actuales del Ecuador, es evidente que el gobierno de Correa ha tocado abiertamente los intereses de grupos de poder que estaban desde hace mucho tiempo enquistados en el Estado y que usufructuaban inmoralmente de éste último. La reacción de estos grupos como era de espererarse ha sido furibunda expandiendo una serie de mentiras y temores con el fin de desestabilizar al gobierno. Sin embargo, a mi entender, Correa también ha reaccionado de mala manera, especialmente, reificando la figura del “técnico” para silenciar a quienes no piensan como él. Por eso, su frase recurrente: “Confíen en nosotros porque sabemos lo que hacemos, estamos muy bien preparados”. Como en el Ecuador, la gran mayoría no somos técnicos no nos quedaría otro camino que confiar en el presidente. Además, el discurso de Correa también contribuye a la polarización muchas veces innecesaria porque no se dirige exclusivamente en contra de los conspiradores, sino que intenta sentar un principio de autoridad que descalifica al otro por medio de múltiples insultos e impide que los diversos -el Ecuador es ante todo una nación diversa- nos sumemos a un proyecto que nos concierne a todos. Apelar a la confianza, recurrir a un lenguaje intolerante e impedir una participación efectiva de los diferentes sectores de la población, desde mi punto de vista, no es una posición democrática.

Sin embargo, no traje a la memoria la imagen de Leonardo Henrichsen para atacar al gobierno, sino para aportar un poco de más racionalidad al debate político ecuatoriano. En Chile, tras la asonada fracasada de “El Tancazo”, la derecha irracional immediatamente salió a vociferar que no había existido ningún intento de golpe de Estado, que todo se trataba de una mañosería del gobierno de turno, de un auto-golpe, para lograr un golpe de efecto en la opinión pública. En el país, la oposición ha tomado el mismo giro hipócrita y dice lo mismo de los desafortunados sucesos del 30 de septiembre.

Más allá de que la “rebelión policial”, a la que por allí le han puesto el nombre de “El Chapazo”, haya sido planificada o no –personalmente me inclino a creer que sí-, es un absurdo no considerar que en esa insubordinación la vida del presidente estuvo en peligro y que éste estuvo retenido en contra de su voluntad en el Hospital de la Policía. Por eso, defender ahora a los amotinados como personas que reivindicaban únicamente sus intereses gremiales significa ocultar malintencionadamente el verdadero problema. Tampoco podemos dejar de considerar que en este caso la rebelión se trata de una de carácter armado y cuando los militares o los policías se levantan en armas siempre habrá el riesgo de que alguien se tome ilegítimamente el poder por la fuerza. Asimismo, resulta que ahora la oposición derechista en el Ecuador, al igual que la chilena del 73, contradictoriamente defiende lo que su ideología critica: una demanda gremial. El discurso neoliberal se opone abiertamente al déficit fiscal y, por ende, a cualquier reinvindicación salarial en el sector público porque ésta va en contra de la austeridad fiscal –algo similar sucedió en Chile con el paro de la mina de El Teniente o de los camioneros.

Sin embargo, lo peor de todo, es que ahora aparecen los demagógos de siempre que dicen defender los derechos humanos de los policías. Es cierto, que hay que defender los derechos de nuestros policías con decisión, valentía y frontalidad, porque la vida de cada uno de ellos es importante; pero esto no significa que ellos tengan carta blanca para atentar contra los derechos humanos de otras personas por más criminales que éstas fueren. Los derechos humanos son universales y no selectivos. En este caso, la selectividad más bien es un indicio de que se desea recurrir a formas no menos criminales de violencia como lo hizo Pinochet para acabar con lo que el dictador y su bando calificaron como “comunistas asquerosos” o “la nefasta influencia del marxismo”.

Si la derecha y la oposición se quejan de la intolerancia de Correa, les propongo en cambio que contribuyan con un gesto de buena voluntad para recuperar la cordura: dejen de buscar la quinta pata, condenen abiertamente lo sucedido el 30 de septiembre y colaboren para sancionar a los insurrectos. Cualquier persona que cree en la democracia está en la obligación de condenar de manera enérgica todo tipo de insurreción en la fuerza pública porque allí participa una fuerza armada que saca ventaja ilegítimamente de las armas públicas en contra de un sector de la población que se encuentra desarmado. Si reclamamos más racionalidad por parte del gobierno, no caigamos en la irracionalidad de justificar lo injustificable porque la democracia se contradice abiertamente con cualquier tipo de rebelión en las Fuerzas Armadas o la Policía por más justas que éstas pudieran ser.


3 comentarios:

  1. Resulta llamativo para mí (forastero ingenuo que soy) que se quiera hacer comparaciones con la caída de Allende y se pase de puntillas sobre hechos más recientes y más caseros como la defenestración de Lucio. Me encantaría saber de parte de algún correísta de pura cepa por qué era bueno en ese entonces querer derrocar a un Presidente electo (Correa se ha jactado de ser uno de los "forajidos"), y sólo ahora esa práctica se ha tornado repentinamente en crimen contra la democracia. También, qué elemento justifica que lo del 30-S se considere conato de golpe de estado, y que no se dio en esa otra fecha (para que al ser forajido a Correa no se le pueda tildar también de golpista).

    Opositores en este país me parece que hay de por lo menos cuatro sabores, v.gr. paleoconservadores, liberales, socialdemócratas y progresistas verdoso-utópicos; sugerir una "oposición" monolítica, unida en torno al proyecto de la búsqueda de la quinta pata, suena a cansina retórica aliancista. Por otra parte, creo que antes veremos a ese gato sobredotado de miembros inferiores, que a esa pistola disfrazada de cámara fotográfica a lo James Bond sobre cuya supuesta existencia descansa la "evidencia" acumulada hasta la fecha a favor de la teoría golpista. Y entre buscar quintas patas y encarcelar a quienquiera ose contradecir la sagrada versión oficial, sé cuál actividad prefiero.

    Creo que en lugar de llenarse la boca de "enérgicas condenas", que sólo suelen servir para fortalecer las vocaciones de santidad de unos cuantos, mejor sería buscar soluciones. La que yo personalmente creo más relevante es la propuesta que señalas que en su día hicieron "facciones del partido Socialista y del MIR", allá en Chile, de armar al pueblo (en el sentido, entre otros, literal, o séase, de derogar toda prohibición de tenencia de armas). Ya está bien de llorar lágrimas de cocodrilo por el "pueblo desarmado". Quienes insisten en desarmarlos deben responder. Y en ese sentido, la policía sólo hacen el trabajo encomendado desde arriba.

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  2. Endivio Rocefort I,

    La respuesta a su comentario es bastante simple. Las manifestaciones en contra de Gutiérrez no las lideraron ni las hizo la fuerza pública, sino población civil desarmada. Es decir, en el 2005 no hubo un uso ilgítimo de las armas públicas como sí ocurrió el último 30 de septiembre. Si hubo golpe de Estado en el 2005 no lo dieron las masas de manifestantes, sino el Congreso con su antojadiza interpretación. La gente tenía todo el derecho a manifestarse como lo hizo porque la desobediencia civil es un derecho no así la rebelión armada, especialmente de la Fuerza Pública.

    Creo que mis críticas al actual gobierno son bastante evidentes por lo que no es necesario repetirlas. Si lee con cuidado, mi posición intenta ubicarse en los matices críticos tanto frente a lo que llamo la irracionalidad de la oposición -innegable por cierto- como ante el febril correísmo especialmente en lo que se refiere a la figura del tecnócrata.

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  3. Endivio Roquefort I,

    La respuesta su pregunta es muy sencilla. En el 2005, los forajidos no utilizaron las armas públicas para realizar sus protesta, es decir se trataba de población civil dearmada. Mientras que el último 30 de septiembre es la fuerza pública -un sector de la policía- la cual evidentemente está armada, la que se insuboridna y hace un uso ilegítimo de las armas públicas. De la misma manera, si hubo golpe de Estado en el 2005 no lo dieron los forajidos, sino en Congreso con su antojadiza interpretación. Los manifestantes tenían derecho a manifestarse como lo hicieron porque la desobediencia civil como bien sabe usted es un derecho no así la rebelión armada.

    Quizás por forastero ingenuo que es no reparó en el hecho de que mi posición se inclina por los matices. La porlarización en Chile terminó en una dictadura brutal como no podía ser de otra forma y yo personalmente creo que si Allende armaba a la gente, los golpistas hubieran dado el golpe mucho antes. Es decir, armar al pueblo era aún más contraproducente porque era el pretexto que buscaban los militares chilenos para intervenir lo más pronto posible.

    Si lee bien mi artículo hay una crítica clara a la figura de tecnócrata y al lenguaje descalificador del correísmo. Desde mi punto de vista,tanto la oposición irracional -que evidentemente existe- como el fervoroso correísmo de a poco nos introducen en una afalcia que nos obliga a tomar partido por dos posiciones que evidentemente no son las más convenientes para el país. Esta polarización -tanto de la derecha reaccionaria como por parte del gobierno- a fin de cuentas nos priva de una posición crítica coherente y racional en el Ecuador.

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